LA EXTRAÑA TUMBA DE UN ASESINO DE CÁTAROS: LA MARCA DE LA DIOSA
Publicado por Gustavo Fernández en 27-05-2012
Fue el brazo ejecutor de un rey y
un papa asustados del crecimiento de un cristianismo demasiado fiel a
las enseñanzas origtinales de Jesús. Simón de Montfort arrasó pueblos,
exterminò decenas de miles de albigenses o simples simpatizantes de los
mismos.
¿Quiénes eran los Cátaros?
Cuando uno (yo, ustedes) crece en un
determinado ámbito cultural, puede tener la errónea percepción que
ciertas situaciones son verdades históricas. Por ejemplo, que “ésta”
forma contemporánea de entender las enseñanzas de Jesucristo ha sido,
con algunas variantes protestantes, la única que ha existido. A fuerza
de desandar miles de kilómetros y bucear en bibliotecas, uno aprende
otras cosas.
Aprende por ejemplo que en los siglos
posteriores muchos grupos tratan de preservar el “cristianismo
primitivo”, entre ellos los “arrianos” (por seguir a un monje llamado
Arrio) y los “albigenses” (pues comienzan a expandirse desde la ciudad
francesa de Albi). Los “arrianos” pasan a llamarse luego “cátaros” (del
griego “khatarós”: “perfecto) en tiempos que la Iglesia se dividía en
dos, la “Católica” (“Universal”, o Apostólica Romana) y la “Kafólica”
(“Verdadera”, con sede en Constantinopla, que devino en la Ortodoxa).
Los Cátaros eran vegetarianos y
pacifistas, creían en la Reencarnaciòn, permitían libremente el sexo y
sostenían que Jesús era un “Avatar” (término que existe desde mucho
antes que la película de James Cameron, pues en Esoterismo define a una
persona que actúa de “canal” o “medium” de otra entidad superior)
absolutamente humano, con familia y descendencia. Todo esto fue la
excusa que necesitaba la Iglesia para buscar su exterminio; las razones
reales eran la popularidad creciente que ganaban entre los pueblos, a su
vez ahogados por la represiòn y los tributos económicos que los reyes
imponían a instancias de Roma. Los cátaros, a su vez, se estaban
transformando en la justificación religiosa de toda una regiòn de
Francia, el Languedoc (llamada así porque allí se hablaba la “langue
d’Oc”, la “lengua del país de Oc”, el occitano) y otra de lo que alguna
vez sería España y correspondía a Catalunya. Los aires independentistas
comenzaban a correr por la regiòn poniendo en peligro más de la mitad
del territorio del Rey de Francia. Fue el momento de convocar la primera
cruzada, la Cruzada Albigense, al mando de un experto genocida: Simón
de Montfort.
Responsable de la muerte de más de
20.000 personas, entre hombres, mujeres y niños en Bèziers, por proteger
la ciudad a los cátaros perseguidos. Engañó al obispo de Carcasonne
prometiéndole respeto a su vida, sus bienes y su familia si entregaba la
ciudad, y luego acabó con todo ello y se proclamó a sí mismo obispo de
la ciudad, donde finalmente murió. Pero este hombre tan devoto de la
Iglesia Católica, tras su deceso, fue sepultado en bizarras
circunstancias. Su tumba está empotrada verticalmente en un muro de la
iglesia de Carcasonne, tal y como muestra la imagen, en algo que suena
como un eco incómodo de lapidaciòn. Pero no fue un castigo, sino sus
precisas instrucciones testamentaria. Pero lo extraño no se agota allí…
En honor a la prolijidad documental,
aquí comienzan dos versiones. Citaré ambas. La primera tiene como fuente
al amigo –ya referido- José Luis Giménez,
escritor, quien fue el artífice de esa visita a la mágica ciudad. Y
dice que tras el velatorio de sus restos, su cuerpo fue hervido en un
caldero hasta quedar reducido a huesos limpios y éstos enpaquetados en
el cuero de una oveja y esta bolsa colocada en el muro… en lo que a
todas luces remite al rito celta ancestral de exequias de reyes.
En efecto, los antiguos celtas –que
precisamente desde tiempos inmemoriales ocuparan la regiòn- habían
practicado la extraña costumbre de, muerto sus reyes, hervirlos en un
gigantesco caldero (en una época, junto a una yegua blanca), distribuida
la carne así desprendida entre la tribu para su comida y sepultados
bajo un dolmen de piedra sus huesos previamente envueltos en un cuero de
oveja, Algunos exégetas e preguntan si el rito de antropofagia post
mortem, el acto de comer los restos mortales de su rey, no resuena
todavía en sacramentos religiosos donde se “bebe la sangre” y se “come
la carne” consustanciada de sus avatares…
La otra versiòn es producto del afán
documentalista del también muy amigo (y protagonista de otro de los
artículos por venir en esta saga), Josep Bello, quien cuenta (y cito):
El poeta Victor Balaguer rescató un
fragmento del canto “LA MORT DEL LLOP” compuesto por el pueblo tolosino
en 1218 para celebrar la muerte de Simón de Montfort:
Montfort es mort!Es mort!
Es mort!
Visca Tolosa
ciutat gloriosa
e poderosa!
Tornats son lo paratge e l’honor.
Montfort es mort!
Es mort!
Es mort!
Provenza bella,
del mon estrella
llum e centella,
ets spill de virtuts e d’amor.
Montfort es mort!
Es mort!
Es mort!
Que a “ojo” se podría traducir: LA MUERTE DEL LOBO – !Montfort ha muerto! ¡Ha muerto! ¡Ha muerto! – ¡Viva Toulouse – ciudad gloriosa -y poderosa! – Han vuelto la alcurnia y el honor. – !Montfort ha muerto! ¡Ha muerto! ¡Ha muerto! – Provenza hermosa, – del mundo estrella – luz y centella, – eres espejo de virtudes y de amor. – !Montfort ha muerto! ¡Ha muerto! ¡Ha muerto!
¿A qué se debe esta alegría por la muerte del jefe militar de la cruzada? Occitania era posiblemente la tierra más civilizada y tolerante de la época.
Al sur estaba la corona de Aragón, que aunque compartían la lengua (entonces, después de la cruzada el occitano se dividió en muchas lenguas y dialectos) y estaban muy emparentados, estaban más dedicados a la espada que a la pluma. Los intelectuales catalanes, casi siempre terminaban en Occitania. Y buena parte de los europeos; Ricardo Corazón de León, por ejemplo, fué trovador occitano, vivió siempre que pudo y finalmente murió en Occitania (los libros de historia dicen que vivió y murió en Francia, lo que habría hecho montar en cólera al bueno de Ricardo).
En el norte era peor. Los franceses no compartían las costumbres corteses ni la lengua. Estaban habituados a unos dirigentes ferozmente autoritarios e intransigentes. Y con la cruzada, que les permitía cometer todo tipo de atrocidades con el beneplácito de Dios…
Imaginaos como se sintieron los civilizados occitanos, que eran víctimas de una cruzada precisamente por haberse negado a entregar a sus vecinos “herejes”, cuando vieron que Simón de Montfort apresó a cien ciudadanos de Bram, un pueblecito que había conquistado casi sin lucha, les cortó la nariz, las orejas, el labio superior y les sacó los ojos, excepto al último, al que le dejó un ojo, para que guiara a los demás en un viaje de exhibición por la comarca. Y todo esto sin motivo, simplemente para causar terror psicológico.
Personalmente no he estado en Carcasonne, y no sabía nada de la supuesta tumba de Simón de Montfort. Buscándolo por Internet he encontrado esta web en francés que parece bastante seria: http://bbcp.pagesperso-orange.fr/francais/cite/basilique/basilique.html
Explica que la basílica de Saint-Nazaire, románica en tiempos de la cruzada, fué parcialmente destruída y reconstruída en estilo gótico, combinando armoniosamente románico con gótico, cosa bastante difícil de lograr. En el apartado “La Pierre du Siège”, cuenta que Simón de Montfort fué muerto en el sitio de Tolosa el 25 de junio de 1218, su cadaver llevado a Carcassonne y sepultado en la iglesia de Saint-Nazaire. Sus restos fueron exhumados tres años más tarde y llevados a un monasterio cerca de Montfort-l’Amaury (Seine et Oise). Es posible que la piedra llamada “piedra del sitio”, descubierta en 1835 por Mérimée en la basílica, sea uno de los pedazos de la tumba del jefe de la cruzada albigense. También dice que el cenotafio que está al lado de la “piedra del sitio”, supuestamente de Simón de Montfort, es falso.
La “piedra del sitio”, evidentemente esculpida por los vencedores, muestra el arma manejada por mujeres que acabó con Simón de Montfort, su alma guiada al cielo por un ángel, y su cuerpo en una camilla. http://medieval.mrugala.net/Architecture/France,_Aude,_Carcassonne,_Basilique_Saint_Nazaire/
(fin de la cita)
Según la versiòn de la web francesa,
entonces, los restos de Montfort no estarían hoy en la tumba. Aún en el
caso que así fuera (de lo que no estoy convencido), lo que quiero traer
aquì a colación es el extraño ritual asociado a sus exequias. Extraño,
muy extraño, para quien fuera la persona de confianza del Vaticano en la
Cruzada cátara y quien fuera obispo de esa iglesia….
Simbolismo de la “yegua blanca”
Robert Graves
ya había señalado –y es recurrente en los estudiosos de esa mitología-
que la Gran Diosa o Diosa Madre era, entre los celtas, llamada “la Yegua
Blanca”. De allí que el ritual mortuorio de hervir el cadáver del rey
con el de este animal en un gran caldero, sepultar las osamentas y comer
la carne hervida de ambos tenía un doble, poderoso simbolismo: por un
lado, como ya señalé, la consustanciaciòn antropofágica (se adquiere
cualidades del rey, que por lo menos en esos tiempos, llevaba, por
heredad o logro personal, la “marca” de los dioses en su cuerpo), y por
otro la incorporación del símbolo, que es la expresión terrenal, de lo
divino. A la vez, al “mezclarse” la carne del rey con la de la yegua se
llegaba al momento alquímico de equilibrio entre los opuestos y
complementarios, ya que la naturaleza hermafrodita del alimento así
preparado “sembraba” su naturaleza en los comensales.
No hay referencias que en las exequias
de Simon de Montfort se haya mezclado su cuerpo con el de un animal,
pero sospecho que sin duda ese ritual no se llevo a cabo a la vista de
todos y así como de su naturaleza quedó sólo el recuero oral de terceras
personas, es posible que se hayan perdido u omitido algunos “detalles”
quizás demasiado chocantes para el espíritu de la época.
La pregunta obvia es: ¿qué era Simon de
Montfort, después de todo?. Yo tengo mi propia hipótesis: un celta
“converso”, mercenario al servicio de unas autoridades mundanas que
despreciaba (por representar la estirpe que les había arrasado en el
pasado) y unas espirituales que aborrecía. ¿Qué mejor a sus intereses,
qué más maquiavélico que cometer horrores genocidas en su nombre, es
decir, en nombre de una religión que despreciaba, para estigmatizarla de
cara al porvenir –y quizás, con el propósito también que tanto espanto
pusiera a las generaciones venideras en contra de esa creencia?. Así,
este “terrorista” infiltrado obtenía un doble propósito: por un lado, su
enriquecimiento personal, por otro dejar a la historia el recuerdo
trágico de una Iglesia asesina…