Mostrando entradas con la etiqueta Historia del Ecuador. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Historia del Ecuador. Mostrar todas las entradas

10 de abril de 2018

Biografía de Dolores Cacuango

Biografía de Dolores Cacuango

Dolores Cacuango nació en 1881 en Cayambé, Provincia de Pichincha, Ecuador. Fue una lider indígena que dedicó su vida a defender el derecho a la tierra y la lengua quichua.

Desde niña supo lo que era el hambre, la soledad y la tristeza. Era analfabeta, pero en Quito, trabajando de empleada doméstica, aprendió el español.

A principios de 1900 el liberalismo propuso la emancipación indígena, que permitía romper las ataduras que mantenían a los indios ligados de por vida a la hacienda. Pero en la práctica tomó muchos años y en 1919 estalló la primera rebelión de los indígenas, cansados ya de la explotación en el huasipungo(=terreno de una hacienda donde los indios siembran sus propios alimentos). Liderados por Dolores Cacuango, exigían el respeto a los indígenas y la abolición de la esclavitúd.

Para los indígenas defender la tierra era primordial y siguieron los alzamientos reclamando justicia. La Confederación de Trabajadores de América Latina (CTAL) la invitó a viajar a Cali al Congreso Latinoamericano donde expuso la realidad de los trabajadores del campo y su lucha contra los gobiernos de turno.

Dolores con coraje y valentía, formó sindicatos agrícolas en Pesillo, y en 1944 fundó junto a
Tránsito Amaguaña y otros defensores de los derechos humanos, la primera organización indígena del Ecuador, la Federación Ecuatoriana de Indios; fiel a sus convicciones de unidad nacional, continuó recorriendo el país, convocando a la integración de todas las personas, a la solidaridad con los desposeídos. Fue precursora en la lucha por los derechos humanos.

En 1946 fundó la primera escuela bilingüe (quichua-español), que seguían los programas del Ministerio de Educación y además incorporaban elementos de la cultura indígena. Pero la presión de los terratenientes y del Gobierno que rechazaban la educación de los indios, hizo que en 1963, la Junta Militar prohibiese el quichua en las escuelas.




El liderazgo de Dolores Cacuango fue indiscutible. Y sus palabras, más que un discurso político, fueron un ariete contra la injusticia y el maltrato a los indígenas. Su liderazgo se impuso sin ninguna duda, manejaba un discurso sencillo y claro, puesto que debía exponer razones y defender planteamientos, ya que llevaba la voz de su pueblo y lo hacía con profundidad, belleza y elocuencia, aquí un ejemplo: “Nosotros somos como los granos de quinua: si estamos solos, el viento nos lleva lejos, pero si estamos unidos en un costal, nada hace el viento, bamboleará, pero no nos hará caer”.
Dolores Cacuango siguió una línea de vida intachable, incorruptible, libre de ambiciones personales. Ceder, congraciarse con los patrones, significaba retroceder, entregar la lucha a los enemigos de siempre. Significaba dejar de ser un dique para ellos, para sus futuros y nefastos propósitos.
En su historia de vida, las pocas fotografías que se han logrado recopilar presentan la imagen de una mujer que conserva su indumentaria: sombreros, fachalinas, fajas, polleras de lana y  camisas de  algodón,  elementos que identifican y caracterizan el ser indígena, acción de por sí valiente en épocas y sociedades en donde ser indígena implicaba ser víctima de discriminación, despojo, explotación y abuso. Similar situación ocurría con el conocimiento y uso del idioma, y que en el caso de Dolores, era su principal instrumento de comunicación con sus compañeros de comunidad a quienes guiaba y motivaba a liberarse.
Las retaliaciones no lograron amedrentarla. Al contrario, templaron más su espíritu rebelde, su fe en la lucha, necesaria para los pueblos indígenas.
Por eso solía decir, tocándose en la mitad del pecho: “Yo, aunque pongan la bala aquí, aunque pongan fusil aquí, tengo que reclamar donde quiera. Tengo que seguir luchando. Para vivir siquiera libertad en esta vida.”

En 1971, la conocida como "Mamá Dolores" murió a los 90 años, fue una mujer transgresora, incansable luchadora y conductora del pueblo indígena. Varios años después de su muerte su lucha y valores humanos son reconocidos y en 1998 La Asamblea Nacional Constituyente permite el sistema de educacion intercultural bilingüe. En su nombre se han creado escuelas y centros como la Escuela de Formación de Mujeres Líderes Indígenas.

En el Día Internacional de la Mujer en 2009 la UNESCO abrió una exposición en su sede de París, como homenaje al esfuerzo y la lucha de esta líder indígena. "Semillas de un sueño" es el título de la muestra donde se expone la historia de las mujeres y los derechos de los indígenas en el Ecuador.


Entrevista a Dolores Cacuango (archivo histórico)


8 de julio de 2014

Biografía de Fernando Daquilema

Daquilema quiere decir “Señor con mando” y es una familia indígena inmemorial en la zona de Licán, Cacha, Cachabamba, Yaruquíes, Punín, Sicalpa y Cajabamba en la hoy provincia del Chimborazo. Estos Daquilema se consideraban de sangre real y descendientes de los antiguos señores Puruhas de apellido Duchicela. Entre ellos las terminaciones “cepla, lema y cela” tenía una especial nobleza y antigüedad y muchos de sus apellidos eran respetados por este detalle. Mayancelas, Saquicelas y Duchicelas hoy existen regados en casi todo el territorio nacional pero hace 100 años no era así, entonces vivían unidos en torno a sus ayllus o tribus.

Fernando Daquilema debió nacer hacia 1845 aproximadamente, aunque no se ha podido encontrar su Fe de bautizo. Su padre trabajaba en la hacienda “Tungurahuilla” y de su madre no se tiene ninguna noticia debido a que las genealogías tribales no consideran a la mujer con derecho a figurar en los árboles genealógicos; sólo interesa probar el tronco o varonía, que es lo que une por sangre a la tribu.

La tarde del lunes 18 de diciembre de 1871, arribó al valle de Cacha el odiado recaudador de diezmos y tributos indígenas. El presidente García Moreno había entregado estas contribuciones a la Iglesia y ésta, a su vez, a los rematistas del cobro, que eran unos pillos consumados. Los indios estaban hostigados de realizar estos pagos que sólo a ellos gravaban como lejano recuerdo de la conquista española, y el primer brote rebelde se registró en Yaruquíes, donde Fernando Daquilema de 26 años y con el prestigio de su nombre y ascendencia, había reunido a algunos cientos de Indígenas que se negaban a pagar. Se desconoce por qué subieron a las alturas que dominan a esa población y a quién se le habría ocurrido sublevarse, unos cuantos se sacaron sus ponchos rojos que denotaban la sumisión al blanco y se colocaron los negros, símbolo de la rebeldía en los Andes. En las filas indígenas figuraban como jefes Bruno Valdés, Nicolás Aguagallo Turunchi y Miguel Pilamunga, que ordenaban tocar las bocinas en son de guerra como en los tiempos de sus antepasados. En Yaruquíes las gentes andaban aterradas y sólo unos cuantos milicianos se aprestaban a la defensa.

El martes 19 amaneció frío. Nadie había podido dormir y los 3.000 indígenas armados de palos, puñales y lanzas de madera bajaron en infernal griterío a eso de las 7 de la mañana, pero fueron rechazados a bala por casi 100 soldados que se jugaban la vida y no podían darse el lujo de perder. El primer ataque falló y la multitud se retiró a eso de las 10 de la mañana a la población de Cacha, sorprendiendo en el camino a Carlos Montenegro y a Javier Poma, a quienes asesinaron cruelmente.

Esa tarde Daquilema ordenó atacar Sicalpa y Cajabamba al mismo tiempo y comprometió a N. Morocho para que consiga 300 caballos. Acto seguido, sus 4.000 indígenas, portando pértigas de madera sobre las que ondeaban pañuelos rojos que evocaban a las “unanchas” primitivas de los Shyris, avanzaron a la plaza principal de Sicalpa donde los milicianos se habían parapetado al mando del Teniente David Castillo quién fue el primero en morir atravesado de un lanzazo por Manuel Guallí, que enseñó el cadáver a sus compañeros gritándoles: “Vean bien como entra la lanza, como si fuera en zambo tierno ... “. Mientras tanto los pobladores habían fugado a Cajabamba y Sicalpa cayó sin nuevas resistencias.
Enseguida el ejército indígena de Daquilema se volcó contra Cajabamba acaudillado por los capitanes Baua, Lucas Pendi, Juan Maji y Antonio Guacho. En las goteras se desafiaron a singular duelo el indio Baua y el mestizo Anastasio Albán. Baua a pie y con látigo de cabo de madera y Albán a caballo y con lanza de madera. Los ejércitos espectaban a prudente distancia.

Primero se insultaron soezmente para enardecerse aún más, luego arremetió Albán y pinchó en el tórax a Baua, que ni bobo, se había forrado con liencillos húmedos y estaba como acorazado.
La lanza se hizo astillas y Baua rodó por los suelos, pero se paró enseguida, ante la admiración de todos y logró asirse al lomo del caballo, intentando ahorcar a Albán con sus poderosas manos. La cabalgadura se encabritó y luego emprendió veloz carrera, perdiéndose en las colinas. Albán había sacado una daga que llevaba escondida en una bota y con ella infirió varias heridas a Baua, que cayó muerto.

En el interim la Batalla entre indios, blancos y mestizos se había generalizado y el regreso triunfal del amañado Albán desmoralizó a los supersticiosos indígenas, que ya retrocedían cuando aparecieron los jinetes de Morocho; entonces volvieron a cargar con renovados bríos y entraron hasta la plaza principal donde la lucha se hizo compacta. Niños y mujeres blancos y mestizos daban alaridos dentro de una iglesia; una india se trepó a la torre y tocaba en triunfo las campanas, pero un mestizo subió a matarla y se trenzaron en desigual combate a vista y paciencia de todos, que los vivaban. La fuerza física del hombre pudo más que la temeridad de la mujer y ésta cayó desde lo alto estrellándose en el pavimento.

Mientras tanto Morocho había ordenado desmontar a los suyos porque no podía cargar con sus caballos, debido a que se combatía en lugar cerrado y estrecho. En ese momento ocurrió lo inaudito, un indígena estulto y quizá hasta borracho, gritó que desde los cielos bajaban los escuadrones de los santos comandados por San Sebastián, patrono y protector de Cajabamba y todo fue uno, porque la multitud huyó hacia las colinas y por más que Daquilema increpaba a los que huían, no los pudo detener en la fuga hasta que llegaron a Cacha.

Esa noche urdieron nuevos planes. Debían atacar el 21 a Punín. Al día siguiente 20 de diciembre, su primo Pacífico Daquilema y los suyos avanzaron a las alturas de Lactasí que domina a Punín, para tomar posiciones. Allí fueron avistados por el Párroco Dr. Nicanor Corral y Banderas, a quien hizo dar una soberana tranquiza y no lo mataron por ser una “buena persona”, pero en cambio asesinaron y hasta despedazaron a sus candidos acompañantes: Eustacio Samaniego, Joaquín Cabrera, Ramón Izurieta, Antonio Jiménez, Rafael Freile y Andrés Arias, que así pagaron la imprudencia.

Después de esto Pacífico Daquilema ordenó el regreso a Cacha, pero en mitad del camino, en Cachabamba, se encontraron con algunos lanceros, soldados del gobierno que iban a reforzar Cajabamba y ambos grupos se trenzaron en desigual combate, que arrojó como saldo numerosos muertos y heridos.

Al amanecer del 21 de Diciembre de 1871 Fernando Daquilema y su enorme masa indígena que bien podría pasar por ejército, avanzó a Punín, majestuosa y pausadamente. Con él iba Manuela León, “hermosa mujer” según los relatos, natural de un humilde caserío llamado “Poñenquil”; otros testigos aseguraron después que era “muy bella”.

El primero en atacar fue Pacífico Daquilema que cargó por un flanco. Manuela por el otro y “el rey” Fernando Daquilema se quedó en las alturas observando el combate, como era costumbre y usanza entre los indígenas. Manuela inició su ataque y aunque la recibieron a bala y murieron algunos de los suyos, sus gentes lograron matar a cuatro milicianos que despanzurraron y colgaron a la vista de todos en sendos árboles de capulíes. Entonces la lucha se generalizó y los indígenas entraron en Punín, poniendo en fuga a los soldados y vecinos. Daquilema bajó a la población incendiando varias casas en el camino. Un indio de apellido Iliachi se subió a la torre de la Iglesia para prenderle fuego, pero estaba tan borracho que cayó desde lo alto y se mató de contado. Los demás indígenas decidieron salir de allí y el capitán Francisco Guzñay dijo que se acercaba la noche y podían avanzar refuerzos de Riobamba y Ambato, Manuela no estuvo de acuerdo, tachó a todos de pusilánimes y en gesto histriónico sacó de sus senos los ojos de un Teniente Vallejo, al que ella misma había matado y se los arrojó a la cara, pero la multitud se retiró en silencio como avergonzada y temiendo el castigo que les esperaba por la insurrección. El 22 ya no quedaba nadie en el pueblo, que fue ocupado por el coronel Ignacio Paredes y las milicias venidas de Riobamba.

Así en forma tan misteriosa como había comenzado, se terminó la insurrección de Fernando Daquilema. Los indígenas fueron a descansar de una semana de continuas marchas y numerosas refriegas. El 27 salió la tropa a buscar a los cabecillas. A Fernando Daquilema apresaron cerca de su casa de Cacha, y quedó su esposa llorando amargamente. El gobierno ofreció un indulto general, que por supuesto jamás se cumplió. Los indígenas se escondían en los contornos, pero después salieron resguardados por su anonimato. No había a quien castigar, a no ser que se tratara de los Daquilema.

El 8 de Enero de 1872 fueron fusilados en la plazuela de San Francisco Julián Manzano y Manuel León, en presencia de más de doscientos indígenas, que las autoridades llevaron con la custodia necesaria, para que tomen escarmiento y no se vuelvan a insurreccionar. Los historiadores presumen que éste desconocido “Manuel León” sea nuestra Manuela del cuento, que pudo haber sido confundida con hombre dada las circunstancias del momento. Lo cierto es que nada más se ha sabido de ella, hundiéndose en el silencio de la noche de los tiempos.
La prisión de Fernando Daquilema tuvo ribetes heroicos. Pudo haber huido de Cacha pero no lo hizo, mandó a sus capitanes que se desbandaran en silencio y él ascendió a la colina más alta para explorar el sitio donde estaban los milicianos a los que miró largamente y gritó: “Aquí estoy” luego anduvo con arrogancia y se puso frente a ellos e insistió: “Aquí estoy” ¿Quién eres tú? Le preguntaron ¿Cómo te llamas? otro soldado le dijo en quichua: “Ima shuti cangui? -Fernando Daquilema-, fue la respuesta y entonces le amarraron las manos hacia atrás y lo llevaron a la cárcel, todo en silencio nativo.

El 23 de marzo se inició el juicio en Yaruquíes por “motín, asesinatos, robos e incendios” y el Juez les pidió a los acusados que designen defensores, cosa que por supuesto nadie realizó. Daquilema fue condenado al fusilamiento y un testigo firmó por él, era iletrado, diciendo que estaba conforme con la pena. Enseguida lo llevaron en procesión a la capilla para que pasara su última noche. Un sacerdote le pidió que repitiera las plegarias. A las seis de la mañana se tocó Dianas. A las siete salió la procesión con el condenado y a las ocho llegó a la plaza de Yaruquíes, donde se había improvisado una celda. A las once los pregoneros anunciaron la sentencia por bando, luego sacaron al reo, vestido de blanco, que marchó con dos sacerdotes a sus lados. Le ataron los pies y manos, mientras en las colinas una muchedumbre indígena presenciaba de lejos la escena. Los tambores comenzaron a tocar, se retiró la escolta y el capitán le preguntó si quería alguna gracia o algo. Daquilema contestó “Manapi” que significa “nada o ninguna” en quichua y entonces comenzó un discurso dedicado a los indios, cuyo significado no nos ha llegado, fue en quichua y no lo terminó, lo mataron a balazos. ¿Qué habrá dicho?

El cadáver quedó tendido en el suelo en un charco de sangre y a la vista de todos hasta que cayó el sol, Su esposa no pudo acercarse porque no se lo permitieron. Debió conformarse con mirarlo de lejos y “puso la frente en el suelo, para que se confunda con la tierra matriz”.

La opinión pública nacional fue indiferente y todos estuvieron muy conformes con la pena. Era un indio más que se había alzado contra sus patronos, pero pasaron los años y varios escritores, cuando no, se detuvieron a examinar el proceso y encontraron que había en él numerosos elementos de grandeza como para salvar los nombres de estos héroes que sacrificaron sus vidas por una causa justa, la terminación del ominoso tributo indígena que gravaba a los de esta raza por el simple hecho de haber sido derrotados varios siglos atrás por los españoles. Entonces se repitió la hermosa frase de Benigno Malo “Con privilegios no hay República” que hoy tiene tanta actualidad.

Video que narra el levantamiento indígena ocurrido entre los años 1870 y 1871 durante el gobierno de García Moreno.

 

Legado

Fernando Daquilema fue una de las figuras más importantes en la rebelión nativa ecuatoriana en el siglo XIX.  En San Miguel de Quera se levanto un monumento en su memoria. En 1869 García Moreno dictaba en su Constitución, denominada por el pueblo Constitución Negra, que sólo los católicos podían ser ciudadanos del Ecuador.

La rebelión de Chimborazo sucedió en diciembre de 1871 con un grupo de indígenas liderados por Fernando Daquilema. Se apuntan como detonantes tres hechos políticos: el trabajo subsidiario, con el que se obligaba a la población indígena a trabajar en obras públicas sin remuneración; el pago de diezmos y primicias; la implementación de otros tributos como las aduanas.
En esos años, la ausencia de las libertades elementales se conjugaba con la explotación monstruosa del pueblo, sumado con un refinado sistema de impuestos y tributos. En las cárceles, las torturas, los fusilamientos y el exilio acechaban a quienes trataban de alzarse contra el régimen y a pesar de estas crueles represiones, el pueblo no cesaba de combatir.

Una de las acciones más importantes por su envergadura y significación contra el orden despótico, fue la sublevación espontánea de los campesinos indígenas dirigida por Fernando Daquilema. El 18 de diciembre de 1871, cuando los indígenas de Yaruquíes (Chimborazo) se negaron a trabajar en la construcción de una carretera. Se les sumaron de inmediato los indígenas de Punín, Cajabamba, Sicalpa, Licto y todos los que se sentían asfixiados con los impagables impuestos, mientras los diezmeros recaudadores cometían toda clase de abusos y se convertían en nuevos ricos. El movimiento abarcó a miles de indígenas y se convirtió en una poderosa guerra campesina de gran escala.

La insurrección indígena se gestó en la comunidad de Cacha y se propagó a Cajabamba, Sicalpa y Punín. El gobierno de García Moreno movilizó guardias nacionales y tropas de pueblos cercanos, provocando un violento enfrentamiento. Daquilema probó ser un brillante organizador y estratega militar; sin embargo, la cacería a los rebeldes terminó en ejemplares fusilamientos. Por ello, Daquilema y sus seguidores más cercanos, se entregaron voluntariamente prisioneros para evitar los asesinatos en masa de los indígenas ya que, más de 200 rebeldes fueron llevados a la ciudad de Cajabamba para ser ejecutados. Los que lograban evadirse eran perseguidos en los desfiladeros de las montañas, cazados como fieras salvajes. Otros eran enviados a los trópicos, donde perecían a causa del clima, las enfermedades y los trabajos forzados.
El Gran Daquilema, como lo llamaban los indios, fue confinado en la cárcel de Riobamba, como un delincuente común. El 23 de marzo de 1872 sesionó el tribunal militar que lo juzgó y dictaminó su pena de muerte. Daquilema marchó hacia el cadalso con la cabeza en alto, como un líder firme y valeroso, que creía profundamente en la justicia de la causa a la que entregaba la vida. El 8 de abril, fue fusilado junto al muro de la plaza central de Yaruquíes, su pueblo natal, destaca la presencia de otros personajes como Serafín Ipo o Manuela León.
A pesar de la monstruosa represión, la lucha de los indígenas no cesó. Daquilema dejó una honda huella en la historia del Ecuador, demostró que las masas indígenas, bien organizadas y dirigidas, pueden combatir a un régimen de dominación.

En los años 1960, Daquilema empieza a ser reconocido como héroe indígena y su historia es parte de la recuperación de la memoria histórica y reapropiada en diversas expresiones artísticas, como cine, teatro, danza, pintura y otras. La foto del joven Daquilema antes de ser fusilado es un testimonio gráfico invaluable, en una época en que la disciplina fotográfica estaba aun en sus inicios y era reservada para los gobernantes, las élites y para los criminales condenados a muerte, en este caso un líder que solo exigía justicia para los suyos.

Emprendimientos de Salinas de Bolívar

A través de un proceso sostenido de trabajo se han creado microempresas que nacieron de pequeñas ideas y se convirtieron en proyectos con...